miércoles, 8 de julio de 2009

La melancólica muerte de Chico Ostra - Tim Burton

Se le declaró en la costa,y en la playa fue la boda.
Su larga luna de mielen la isla de Capri fue
Para la cena el meseroles puso un solo platillo:un gran caldo de mariscos.
La novia pidió un deseo.
Y el deseo se realizó.
Dio al fin a luz un bebé.
Pero éste ¿era humano o no?
Bueno, quizá.
Tal vez.
Diez dedos en pies y manos,y demás órganos sanos.
Podía sentir y escuchar.
Pero ¿normal?
No, ni hablar.
Este engendro antinatura,
Este cáncer indecente,
Era la imagen vivientede toda su desventura.
Ella se quejó al doctor:“No es hilo de mi madeja.
¿De donde sacó ese hedora salmuera, pez y almeja?”
“Y ha sido usted afortunada.
Yo la semana pasada,trate a una niña con pico
y tres orejas. ¿Me explico?
Si es mitad ostra su niño,
búsquese a otro a quien culpar.-Y añadió con cierto guiño
-¿Se ha puesto a consideraruna casita en el mar?”
No sabían como llamarlo.A veces le decían Carlo
y a veces -con voz perpleja-“eso que parece almeja”.
Encogido el corazón,
Ninguno en verdad sabía
si el chico ostra algún día
rompería el caparazón.
Los cuatrillizos Montalvo
cierta vez se lo toparon.
Le espetaron un “¡Bivalvo!”
y enseguida se escaparon.
Una tarde en que llovía,
Carlo se sentó en la calle.Y miró arremolinarseel agua en la alcantarilla
Aparcada en la cuneta,conmovida y afligida,su madre daba salidaa su congoja secreta.
Ya se habían acostado una noche, y ella dijo:“Cariño, huele a pescado
y yo creo que es nuestro hijo.
Y aunque dicen que una dama debe callarse esas cosas,
me parece que le endosas
tus problemas en la cama.”
El probó cuanta lociónpudo hallar en el mercado.
Tenía el cuerpo coloradoy comezón, comezón.
Y de rascar y rascarla piel le empezó a sangrar
El doctor, tras una pausa, dijo: “El remedio a su mal podría ser su misma causa.
Las ostras, como sabéis, dan gran potencia sexual.
Supongo que si os coméis a vuestro niño podréis saciar el ansia carnal.
Se acerco muy de puntitas, muy a oscuras y en celada,
porque no notara nada quien le daba tantas cuitas.
Y en voz muy baja le dijo:
“Carlo queridísimo, hijo:
no quisiera interferir ni causarte desconsuelo.
Pero ¿has pensado en el cielo, o te has querido morir?”
Carlo parpadeo al oírlo pero no le dijo nada.
Su papi apretó el cuchillo y se aflojó la corbata.
Cuando lo levantó en vilo, Carlo le mojó el abrigo.
Y en su boca ya la valva, se escurrió por su garganta.
En la costa lo enterraron, en la arena, junto al mar.
Una oración murmuraron y se fueron a cenar.
Una cruz que daba pena marcaba su sepultura
y unas letras en la arena prometían vida futura.
Pero al subir la marea una ola grande y fea borró sin pena ni gloria para siempre su memoria.
De regreso en el hogar, él se le empezó a acercar.
Le besó y le dijo: “Bella, hagamos otra faena.”“
Pero esta vez –susurró ella- pidamos que sea una nena.”


Tim Burton

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